Si pienso en ella la veo amarillita . Con los pies mojados por el agua del Tajo, con el sol cayendo a chorros por sus calles marcadas de raíles. Tiene cicatrices , Lisboa . Sus cicatrices tienen forma de raíles. Y son hermosas, muy hermosas. Por ellas circulan los tranvías : rojos, amarillos, marrones, verdes… Bajan y suben. Bajan y suben. Acariciando su piel marcada . Como hormiguitas rápidas, coloreadas, que conducen al visitante hasta el lugar en el que un día estuvo la casita de San Antonio de Padua : frente a la catedral, en el corazón de la Alfama … el Santo Antonio querido. Luego el castelo de San Jorge . Un poco más arriba. A dos minutos a pie. Entre tiendas de recuerdos. Cantos callejeros. El castelo custodia la ciudad con ojos avisados -siempre abiertos, siempre expectantes- mientras Lisboa , risueña y despeinada, se deja mecer a orillas de un Tajo irreconocible junto a ella por lo soberbio . El Tajo parece feliz de morir en Lisboa . L